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Lavinia (lavi.123)

El género que más utiliza es: cuento.


Me llamo Lavinia Arias Maciel, nací en Morelia Michoacán el 21 de septiembre del 2000. Soy licenciada en  Lengua y Literaturas Hispánicas por la UMSNH. Cuento con un diplomado en Literatura Contemporánea Escrita por Mujeres por la facultad de filosofía de la misma universidad y con diversos  talleres como: Herbario poético, un jardín al interior por la UNAM Centro Cultural Morelia, creación literaria, El hilo negro por la secretaria de cultura de Morelia, etc. Actualmente me desempeño en la docencia dando clases de español, lengua y comunicación.







Fotografía tomada y editada por: Damayanti Arias


TEXTO LITERARIO

EL VIENTO SOPLA

Lavinia Arias Maciel


Él sopla feroz. Los destellos de luz inundan el poblado, al igual que los riachuelos de agua que no existía unos minutos atrás. Se escucha el tin tan de las gotas caer, se ven los árboles moverse tan despiadadamente, que pienso que ellos, al igual que el agua, caerán. Unos animales callan y observan atónitos, otros como las ranas y sapos salen desvergonzadamente de su escondite. Se percibe el estruendo de los truenos escandalosos, se escucha tanto y se ve igual o más de ese tanto.

Las luces se apagan y la soledad me habla al oído —la quieres contigo.— Contengo el aliento y sale un suspiro tan prolongado que parece que mi corazón, y no los pulmones, ha exhalado. Trato de encontrarle forma a esta soledad, de encontrar similitud a una voz ya escuchada tiempo atrás. Pienso en ti, en la palabra hogar tatuada en tu pecho, ese tatuaje invisible para tantos y tan legible para mí, pienso en ti y ya no vuelvo a escuchar a esa tal soledad.

Me despertó el sol que entraba por la puerta de cristal. Todavía olía a tierra mojada y se podían ver los charcos de agua en el jardín, había roció en las hojas de los árboles y aunque caía tan sutilmente y tan pausado pude intuir que gran parte de la noche siguió lloviendo. ¡Y qué locura! Las lluvias no cesan, yo no salgo de casa y tú ya no me acompañas. Los días pasan igual, por las noches llueve tan fuerte que parece que no habrá un mañana y cuando despierto, sí que lo hay.

Creo que ayer vino un caracol ¿o fue antier? Las visitas han ido en declive conforme va pasando el tiempo. Al principio venían tan seguido que ni tiempo tenía para darme cuenta de la realidad, tantos caracoles haciendo ruidos vacíos que no me dejaban pensar, tantos queriendo curar una herida que ellos mismos no dejaban que se abriera.

Conforme pasaban los días los caracoles dejaron de frecuentar la casa, ya no había reuniones para tomar el café y tampoco venían por lo que ellos llamaban “la compañía de la cena”. Cuando uno a uno dejaron de venir fue que sentí un tablazo en el corazón, ahí es cuando me hice chiquita, tan chiquita como un caracol, lenta, tan lenta para salir del caparazón y día tras día soy más chiquita. Y fue ahí que encontré la herida que todos querían curar, una hemorragia en el alma que

no podía controlar, que aún estoy aprendiendo a aceptar.

A veces tengo buenos sueños, sueños en dónde tú y yo corremos, bailamos, cantamos y hay algunos en los que peleamos. Peleamos por el asiento del copiloto, por el último pan de piña de la despensa o por el chocolate olvidado en el congelador.

El caracol que vino ayer, aunque no viene tan seguido, no me ha dejado con la soledad. Ese caracol es mi mamá. Yo le cuento cuándo y cómo es que llega esa tal soledad, porque nunca llega igual, hay días (como el de ayer) que llega cuando estoy viendo fijamente la lluvia, otros días intenta hablarme cuando estoy a media sonrisa y hace que esta se esfume en un movimiento. Hay hasta ocasiones que me acompaña cuando duermo, siempre trato de no hablarle y aunque intento encontrarle forma no la tiene. Unos días es como una nube gris que se hace grande o chica a su antojo, otras veces la veo como una silueta de lobo y al igual que él, está al acecho esperando mi descuido para lanzarse sobre mí como el día en que te perdí.

Mi mamá dice que la soledad no es un lobo, pero sé que lo que veo se parece mucho a uno, específicamente se parece al bobo que te atacó, un lobo viejo, pero no tan viejo para morir, con colmillo grande y puntiagudo lleno de sangre de todas las noches que ha atacado caracoles, caracoles lentos y chiquitos, caracoles que no sabían qué los lobos matan. Sí, a eso se parece la soledad que me acecha, se parece a un lobo, solo que este está escuálido y hambriento. Quizá viene por mí, o quizá solo viene por tu recuerdo. Nunca nos dijeron que los lobos comen caracoles,

lógicamente los caracoles no son comida para los lobos, así que no habría por qué temerles. No hasta que uno te mató.


Publicado en: Arias, L. (2024). “El viento sopla”. Materialismos cuadernos de marxismo y psicoanálisis. Pp 20-21. Brasil




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