Ross Álvarez
- cartografiaescrito
- 25 sept 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 18 dic 2024
Los géneros que más utiliza son cuento y diario.

Soy Ross, psicóloga cognitivo conductual, maestra en docencia y estudio actualmente el doctorado en filosofía de la cultura. Desde pequeña encontré el amor en las letras y con el pasar de los años pude apreciar que escribir ayuda a sanar heridas, y sin darme cuenta lo comencé a hacer como método terapéutico, aún antes de estudiar psicología. Hoy en día utilizo la escritura como herramienta terapéutica en mi práctica profesional diaria.
Trabajé algún tiempo con mujeres que viven violencia, así como sus hijas e hijos, ahora que soy madre entiendo un poco más lo difícil que es huir cuando se tiene una boca más que alimentar y por ello creé un grupo de crianza en tribu, para que las mujeres que maternamos infancias, no nos sintamos solas y que creemos conciencia de la importancia de una red de apoyo.
Comencé escribiendo poesía y canciones, pero después me atreví a experimentar con el relato corto y pude participar en la creación de dos
Fotografía de Ross Álvarez
antologías escritas por mujeres, publicadas por Bis con verso.
TEXTO NARRATIVO
Otoño de 1990
Ross Álvarez
Sucedió por el año de 1990. Era inicio de otoño. Podía apreciarse las primeras hojas secas desprendiéndose de las ramas que las vieron nacer y que ahora las veían llegar a su ocaso.
El otoño era sin duda la época del año que yo más disfrutaba. Los colores de la muerte en la vegetación me parecían hermosos. Esos colores oprimían mi pecho y hacían que de vez en cuando una lágrima resbalara en mejilla hasta hacer contacto con el suelo.
Tal vez de no haber sido otoño habría olvidado ese día. De no haber ocurrido ese terrible suceso, yo seguiría amando los otoños y disfrutándolos como en aquel momento. Pero no fue así y por ende quedó muy grabado en mi memoria.
Caminaba como un día cualquiera del colegio a la casa. Comenzaba a anochecer. Me había quedado un poco más tarde en el instituto para ayudar en el casting de la próxima obra estudiantil, por ello la noche me había encontrado caminando por aquel sendero, Vivía muy cerca de la escuela por lo que generalmente camina ese trayecto, aunque era más común hacerlo mientras aún el sol brillaba. Pero realmente mi vecindario era muy tranquilo.
Yo iba balanceándome de un lado a otro mientras pasaba por los frondosos árboles que poco a poco se desprendían de su vida, para renacer la siguiente primavera.
Mientras danzaba entre los árboles vi un anciano que apenas podía moverse. Llevaba una andadera. Parecía que el viento le decía que disfrutara el otoño, pues junto a él desaparecería al llegar el invierno. Sentí un escalofrió en el pecho. Lo saludé y seguí mi camino. Al fin y al cabo, no sería yo quien no comería doce uvas para dar paso al siguiente año.
Prácticamente había llegado a mi casa. Sólo faltaba atravesar un callejón angosto de unos quince metros. Éste generalmente no tenía luz, puesto que las pandillas cercanas solían romper las lámparas que ahí había. Por lo regular recorrer ese lugar no era problema alguno, ya que lo hacía a la luz del día. Sin embargo, esta vez tenía que hacerlo casi a oscuras. Pensé en que no era una niña para tener miedo y me armé de valor. Al fin que si no pasaba por ahí tendría que rodear toda la manzana y eso eran veinte minutos más. Entré al callejón y caminé varios metros. Me sentía aliviada, casi lo había conseguido. De pronto sentí una presencia extraña. Giré y pude ver un rostro desconocido, que me sonreía mientras forzaba mi cuerpo contra el suyo. Quise quitármelo de encima, pero su fuerza era mayor. Solo lograba herir mis muñecas, las cuales sujetaba con fuerza, sin dejar de mirarme con fijeza.
Susurraba a mi oído “te va a gustar” y “lo estabas pidiendo a gritos”. No supe en qué momento mi esfínter cedió a la presión, comencé a sentir correr un líquido caliente por mis piernas heladas. Intenté gritar, pero me era imposible, mi voz había alcanzado a huir, Mis piernas temblaban. Lo único que fui capaz de hacer fue dejar mi conciencia, olvidar que aquel cuerpo que era ultrajado era el mío. Me abandoné para no perderme.
Pasaron varias horas y yo seguía en la misma posición. Tenía los brazos abiertos, desviados, creo que uno estaba fracturado, y las piernas dobladas. Además, en mi rostro, una expresión que daba pánico. Tenía los ojos en blanco y la boca abierta, como si quisiera decir mil cosas, pero mi voz aún no volvía. Continúe viéndome por varias horas, como si de una extraña se tratara. Así hasta que alguien llegó a auxiliarme. Aún recuerdo el grito de aquella señora, un grito desgarrador que hizo retumbar mis oídos pero que no logró conectarme. No conseguía entender porque no podía volver en mí.
Llegó la policía. Comenzaron a examinarme, tomarme fotos. Entonces tomé fuerzas y grité “¡Paren!, ¿qué ocurre?, ¿por qué no se dan cuenta que estoy desnuda?” Pero nadie me escuchó y continuaron en lo suyo.
Colocaron una sábana sobre mi cuerpo. Agradecí el acto, puesto que mi ropa estaba deshecha. Sin embargo, al ver que taparon mi rostro volví a gritar. Lloré de rabia y pedí, rogué que no me llevaran. Era un error, seguía viva. Solo necesitaba despertar, pero nadie se percató de mi presencia. Hablaban de mí como si yo no estuviera ahí, preguntando y asumiendo cosas de mí, como la hora que era y porque estaba en ese lugar sola, por qué llevaba esa ropa, porqué ese color de labios. Sentí como si volviera a ser abusada con sus insultos disfrazados de falsa preocupación. No escuché nada acerca de mi agresor. Ninguna pregunta sobre donde estaría, que lo había llevado a actuar así, en qué harían para encontrarlo antes de que volviera a hacerle lo mismo a alguien más.
Todo su odio iba hacia mí. Entonces pude sentir cada puñalada que recibí esa noche, el desgarre de mi ser, pude sentir los arañazos en mis brazos, los mordiscos en mis senos, y la piel viva en cada herida. Hasta ese momento fue que comprendí que había perdido la vida.
Publicado en: Álvarez, Rosario. (2018). Gritar en silencio. Guadalajara/Bis con Verso.
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